lunes, 23 de septiembre de 2013

El fin de todas las cosas (parte 1)




En apenas una semana ponen punto y final a su trayectoria dos de los proyectos televisivos más ambiciosos, arriesgados y, sin embargo, desiguales en resultados de los últimos tiempos. De ambas me ocupé en este blog hace ya años, por lo que considero apropiado hacer una valoración ahora que ya tocan a su fin. Me refiero, claro está, a Breaking Bad Dexter.

Por ser la primera en haber concluido, me centraré antes en la historia del psicópata interpretado por Michael C. Hall. Y por mucho que me duele decirlo, me temo que lo que comenzó como una de las series más impactantes y entretenidas que he visto ha terminado (a mi juicio) en una inmensa, prolongada y mediocre decepción.

Dexter comenzó arrasando en 2006, con una primera temporada prácticamente perfecta y una segunda aún mejor en 2007, con un esquema argumental sencillo y efectivo: un tranquilo, en apariencia, forense del cuerpo policial de Miami, esconde una identidad oculta en forma de asesino vigilante de la ley y el orden que la ley y el orden no es capaz de "procesar" adecuadamente. Tras haber aprendido a controlar sus impulsos psicópatas gracias a su padre y su código de conducta, Dexter se lanza a la carretera en busca de personas que escapan al sistema a pesar de haber cometido crímenes horribles.

La serie destacaba por su gran elenco de secundarios, casi todos ellos miembros del cuerpo de policía, donde había espacio de sobra para el humor, el romance y dosis adecuadas de tensión amorosa, casi siempre con la hermana de Dexter, Debra (Jennifer Carpenter) como protagonista voluntaria o involuntaria de muchas de estas tramas. Sin embargo, el papel estelar es para Michael C. Hall, un actor todoterreno que había ganado el favor de la crítica en A dos metros bajo tierra y que aquí se lanzó a la fama global con este auténtico caramelo que le permitía ser oscuro, sarcástico, dulce o desatado según requirieran unos guiones excelentes. La idea de un villano de lujo en cada temporada funcionó de forma excelente hasta la cuarta temporada, con John Litgow bordando su papel de Trinity, y con un final que nos dejó a todos con el corazón en un puño. Aquel episodio final, con la escena de la bañera, será siempre para mí el punto álgido de la serie, un clímax a partir del cual era realmente difícil seguir adelante.

En mi opinión, una quinta temporada dedicada a atar cabos habría sido más que suficiente para desarrollar al personaje principal y lo esencial de los secundarios. Un final de altura, que dejase las espadas en alto cuando todavía el sabor de boca era inmejorable y todo mantenía frescura y poder. Hasta ese momento ya se había explorado lo suficiente la formación del personaje, sus bases y su época de plenitud como asesino, así como todo lo relacionado con su psicología. El esquema narrativo funcionaba bien, pero ya comenzaba a haber tramas algo forzadas, relaciones de quita y pon entre personajes y una cierta sensación de que estirar el chicle terminaría por romperlo.

La cuesta abajo fue imparable. La quinta temporada, a pesar de los esfuerzos de Julia Stiles y Jonny Lee Miller no llegó nunca a cuajar del todo. El romance resultaba forzado, su final increíble y no hubo desarrollo ni sensación de catarsis alguna para la trama con que cerraba la temporada anterior. La sexta entrega, con Edward James Olmos y Colin Hanks haciendo de psicópatas del apocalipsis era más poderosa a nivel visual y ofreció un final realmente interesante, pero nos dejó por medio la cuasi-incestuosa rayadura mental de Debra acerca de su hermano y un ritmo narrativo agotadoramente tedioso. Una séptima entrega anecdótica y una octava temporada tan frustrante como incapaz de recuperar las sensaciones originales terminaron por desembocar en un final que me ha dejado, como fan de la serie, frustrado y perplejo a partes iguales. Y a partir de aquí, los SPOILERS.

El único motivo por el que me he mantenido fiel a la serie, fanatismos varios aparte, ha sido por conocer qué desenlace tendrían los guionistas para la trama principal. No he disfrutado demasiado del viaje desde hace ya cuatro temporadas salvo en momentos puntuales, que considero auténticas islas en medio de un torpe juego de ratones y gatos entre Dexter y los diferentes asesinos, jamás a la altura del asesino del camión de hielo o de Trinity. Pero es que lo del último capítulo de ayer, con la gratuita muerte de Debra a manos de su hermano con eutanasia de por medio, y en especial el modo en que no solucionan nada de nada respecto a Dexter, no logro entenderlo. ¿Ocho temporadas esperando un desenlace para que dejen al personaje literalmente colgado, separado de su hijo y con decenas de cabos sueltos por atar? Lo siento, pero no. Eso no es un final: es un acto de suprema cobardía, refrendado por el hecho de que Showtime tiene planeado un spin-off de la saga centrado en un personaje aún no revelado.

Para mí, la primera mitad de esta serie es excepcional, sin ser perfecta. Sin embargo, a partir de ahí, incluyendo su desastroso final y esa epifanía absurda de que "es mejor estar lejos de todo porque acabo de darme cuenta de lo destructivo que soy", lo que queda es un auténtico golpe en la moral del aficionado. Todo habría podido maquillarse con un final digno, uno en el que se demostrara valor real por parte de los guionistas, a quienes parece no importarles nada cargarse personajes que no lo merecen, pero que tienen demasiado miedo como para dar el paso definitivo, el único posible, para alguien que, por mucho que se le mire con cariño o empatía desde cierto punto de vista, no deja de ser un implacable asesino en serie. La reconversión a héroe redimido del último tramo de la temporada echa por tierra la labor de desarrollo psicológico que tan buenos resultados dio a la hora de sentar las bases de la serie, traicionando su espíritu y desmereciendo en buena medida los méritos de sus primeras temporadas. Ver a Dexter en el paraíso del leñador solitario es doloroso, demasiado para una serie y un personaje que habíamos venerado durante largos años y que ahora ofrece un pálido eco de su gloria pasada en ese plano final tan lamentable como incapaz de cerrar nada de nada. Y que conste que bien que lo siento, porque hasta hace no mucho esta serie fue con diferencia mi gran favorita, aquella que me tenía la piel de gallina hasta sus, por lo general, excelentes finales de temporada y que, temporadas 5-8 y tristes desenlaces al margen, recordaré siempre con cariño.





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